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¿PREFIERES O EXIGES? Qué actitud adoptas en la vida.

Riesgos de la exigencia y la autoexigencia:

Según Albert Ellis, hay tres frases que nos impiden avanzar: tengo que hacerlo bien, me tienes que tratar bien y el mundo debe ser fácil. Son tres exigencias que se han ido extendiendo de generación en generación por influencia social y provocan un aumento de problemas emocionales en nuestra sociedad. Cuando no se cumple alguna de esas exigencias se generan pensamientos de ansiedad y frustración.

Afirmaciones de una persona con autoexigencia negativa:

La autoexigencia es algo fundamental en cualquier ámbito. Es necesario ser un poco exigente con uno mismo si se quiere conseguir crecer como persona, en cualquier área importante de nuestras vidas. Sin embargo, todo tiene un límite. Una cosa es ser autoexigente en el sentido de ser responsable, constante y esforzarse para conseguir lo que uno se propone y otra, muy distinta, es ser obsesivamente perfeccionista, pedirse más de lo que se puede.

 

La autoexigencia excesiva es un rasgo de personalidad que, pese a no ser un trastorno mental, puede llegar a producir en la persona muchísimo malestar.

 

Muchas veces nuestras frustraciones y nuestros enfados surgen porque esperamos algo más de la realidad de lo que realmente ocurre: esperamos que las demás personas, que nosotros mismos o que la vida sean distintas a lo que realmente son. Exigimos que las cosas sean como nosotros queremos. Exigimos que las personas se comporten de una determinada manera o exigimos que no se comporten de otra. El problema viene cuando esas exigencias no se cumplen, nos sentimos frustrados, rechazados, heridos, y nos suele provocar enfados, frustraciones y malestar porque no podemos aceptar que la realidad sea diferente a lo que nosotros queremos.

Rasgos de personalidad de las personas altamente autoexigentes:

  • Desconoce sus propios límites, trabajando más de lo que puede.
  • Se impone objetivos muy elevados o inalcanzables.
  • Convierte sus retos en obligaciones.
  • Su comportamiento se rige bajo una rígida autodisciplina.
  • Excesiva previsión y planificación y se siente muy culpable si no lo cumple.
  • Se esfuerza enormemente por conseguir su meta a pesar de sufrir.
  • Incapacidad para delegar tareas.
  • Miedo al fracaso.
  • Tiene necesidad de reconocimiento.
  • Su autoestima depende del resultado obtenido.
  • Excesiva atención sobre el resultado y no el proceso.
  • Sesgo de negatividad consigo mismo: se preocupa más de sus fallos que de sus logros.
  • Elevada autocrítica.
  • Pensamiento dicotómico: las cosas o salen bien o salen mal, no hay término medio.
  • Posee una baja tolerancia a la frustración.
  • Tiene una sensación de insatisfacción constante.
  • Rigidez cognitiva.

La exigencia excesiva provoca frustración, puesto que los demás, al ser libres, actuarán según sus propios criterios, y a veces estaremos de acuerdo y otras veces no. No tiene sentido irritarse porque los demás no son como quisiéramos que fueran: las personas nunca serán exactamente iguales al ideal que tenemos de ellas.

 

El problema surge cuando esa diferencia entre nuestra exigencia y la realidad la alimentamos con pensamientos negativos: «si no hace eso es que no me quiere», «yo nunca haría eso», «no me respeta», «no le importo»…. En resumen, hacemos atribuciones que probablemente tampoco tengan nada que ver con los pensamientos, causas y razones de los demás.  

 

Igual sucede con las autoexigencias. Las obligaciones que nos autoimponemos, los «tengo», los «debería», que a menudo son causa de pérdida de nuestra propia autoestima.  Aceptarnos incondicionalmente, reconociendo nuestros fallos, intentando mejorar, pero reconociendo también nuestro derecho a equivocarnos y a no ser perfectos, son las claves para nuestro bienestar emocional.  

 

También es recomendable aceptar que los demás tienen sus propias prioridades, intereses y motivaciones y el derecho a su libertad de acción y de pensamiento, para evitar alterarnos y frustrarnos por las acciones de otros.

 

La solución es simple, tan solo debemos cambiar las exigencias por preferencias.

 

 

La diferencia entre una y otra es que: Cuando exigimos algo (esa persona debe comportarse así), y no se cumple, normalmente nos enfadamos mucho y nos irritamos. Sin embargo, cuando preferimos algo (me gustaría que esa persona se comportase así), el malestar es mucho menor, puesto que aceptamos que el otro tenga derecho a comportarse libremente.

 

La clave está, por lo tanto, en luchar por cambiar lo susceptible al cambio, aceptar lo que no se pueda cambiar y sabiduría para diferenciar lo uno de lo otro.

Es decir, aceptar aquello que no depende de nosotros, y tener muy claro que ni la forma de ser de los demás, ni sus acciones dependen de nosotros.

 

Actualmente existe una corriente en psicología que trabaja desde esta previa, son las llamadas terapias de 3ª generación. La terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica y la terapia cognitiva basada en el mindfulness para el tratamiento de la depresión y la ansiedad, son ejemplos de este tipo de terapias.

 

¡¡Resumiendo!!

 

 

Exigencia = Poca o nula tolerancia a que yo, las personas y las situaciones no sean como yo espero = Provoca sentimientos de frustración y malestar emocional.

 

Preferencia = Mayor tolerancia a que yo, las personas y las situaciones no sean como yo espero = Provoca sentimientos de aceptación y templanza.

 

Ahora te vuelvo a preguntar…

 

¿exiges o prefieres?

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